martes, 5 de agosto de 2008

LA CONDICIÓN DEL ESCRITOR


Por, Guillermo Velásquez Forero*

Escribir sobre sí mismo es el único destino del escritor. Pero al hacerlo, escribe acerca del hombre y de su mundo artificial, simbólico, violento, trágico y de pesadilla. Porque un hombre es todos los hombres; y en esencia, es el mismo en cualquier lugar y en todos los tiempos. Sólo es distinto en lo superfluo, en la máscara y el artificio, en los nuevos vicios, disparates, desastres, métodos de dominación y máquinas de exterminio que inventa. Además, en un archivo secreto de su cerebro el individuo conserva la memoria de la especie. Y está demostrado que la bestia vertical que habitó en los árboles y luego en las cavernas, ahora habita en los rascacielos. También, se ha llegado a saber que nunca se sabe nada, que todo es mentira, que todo es vanidad y apacentarse de viento, y que hemos evolucionado y progresado tanto en el tiempo que todavía no hemos podido salir de la edad de piedra ni de la aldea milenaria. Que el insospechado y asombroso desarrollo de la cultura y la civilización nos ha humanizado tanto que aún no hemos superado la barbarie, y que después de dos mil años de estar aprendiendo a amarnos en el amor cristiano, ahora nos odiamos más y mejor.

El escritor posee el don de la palabra mágica que Dios usó para crear el mundo, y está destinado a dar vida y voz a seres que yacen en el silencio y en los ámbitos misteriosos de lo invisible, inverosímil, improbable, abismal e imaginario. Pero no le es permitido escribir todo lo que quiere sino apenas lo que puede, y no puede escoger los temas, estos lo escogen y lo persiguen a él; tampoco podrá escribir nada nuevo porque no hay nada nuevo bajo el sol, todo se ha dicho ya y, por tanto, todo texto es un palimpsesto; los grandes temas están agotados desde la antigüedad, y el único tema que queda es el del drama cotidiano de la Humanidad; y la vida humana es un vulgar plagio de la repetición de las repeticiones. Es más, el escritor sabe que su soledad está poblada de otras vidas y otros mundos, a veces ve los hilos invisibles que lo mueven y siente los impulsos sobrenaturales que lo dominan, oye las voces interiores del inconsciente colectivo y de la memoria de los sueños que lo habitan, intuye que es un amanuense de espantos, llega a presentir que los muertos utilizan su voz para volver a nombrar la vida, y descubre que su voz, única y solitaria, es una polifonía, un surtidor de diversas y múltiples voces. Por esa potencia expresiva, se considera que el escritor es un intérprete de la voz del pueblo, la voz de Dios, la voz de la historia y del porvenir; aunque su lucha primordial es por inventar símbolos para expresar todas esas voces integradas en una sola, que es la voz del espíritu. El escritor ejerce la vocería, él es el poder de la palabra de los silenciosos y de los que no tienen voz. Esa extraña facultad de ser caja de resonancia de la tragedia universal e intérprete del mundo lo convierte en un médium, un oráculo, un visionario o un hechizado; por esa sinrazón, casi nunca sabe lo que hace y con frecuencia no comprende lo que él mismo escribe. Y no podrá ser original, ya que ese privilegio sólo lo tuvo Adán, escasamente puede aspirar a ser él mismo, a ser auténtico en sus obsesiones, pasiones, placeres, terrores y sufrimientos; a ser impúdico y a convertir su sordidez, sus obscenidades, sus fantasmas y miserias en un novedoso espectáculo de estética verbal.

Por último, se sospecha que sólo existe un único escritor en el mundo, un solo espíritu creador universal, y que todos los demás no somos más que espejos, satélites, antenas repetidoras o muñecos de ventrílocuo de ese espíritu singular y babélico. Así que, le toca escribir por algún misterioso designio, ajeno a su voluntad. Y debe hacerlo en una lengua de difuntos, vulgar, vagabunda, regalada, prostituida y muy limitada, incapaz de expresar lo inaudito, lo desconocido, el misterio, el abismo, el alma, lo metafísico, etc., porque lo esencial, profundo, significativo y revelador es inefable. Está condenado a crear belleza, novedad, verdad, alegre sorpresa y conocimiento sustancial con los signos lingüísticos que usan hasta los retrasados mentales, y que sirven para los oficios domésticos y los fines más banales, ruines y perversos...


*San Vicente de Chucurí (1954). Poeta y narrador santandereano, Licenciado en Lingüistica y Literatura y especialista en Literatura y Semiótica. Su obra ha merecido varios premios nacionales e internacionales por su calidad estética.


(Lea más en el 4to. No. de la revista Rilttaura.)

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