Por, Guillermo Velásquez Forero*
Escribir sobre sí mismo es el único destino del escritor. Pero al hacerlo, escribe acerca del hombre y de su mundo artificial, simbólico, violento, trágico y de pesadilla. Porque un hombre es todos los hombres; y en esencia, es el mismo en cualquier lugar y en todos los tiempos. Sólo es distinto en lo superfluo, en la máscara y el artificio, en los nuevos vicios, disparates, desastres, métodos de dominación y máquinas de exterminio que inventa. Además, en un archivo secreto de su cerebro el individuo conserva la memoria de la especie. Y está demostrado que la bestia vertical que habitó en los árboles y luego en las cavernas, ahora habita en los rascacielos. También, se ha llegado a saber que nunca se sabe nada, que todo es mentira, que todo es vanidad y apacentarse de viento, y que hemos evolucionado y progresado tanto en el tiempo que todavía no hemos podido salir de la edad de piedra ni de la aldea milenaria. Que el insospechado y asombroso desarrollo de la cultura y la civilización nos ha humanizado tanto que aún no hemos superado la barbarie, y que después de dos mil años de estar aprendiendo a amarnos en el amor cristiano, ahora nos odiamos más y mejor.
El escritor posee el don de la palabra mágica que Dios usó para crear el mundo, y está destinado a dar vida y voz a seres que yacen en el silencio y en los ámbitos misteriosos de lo invisible, inverosímil, improbable, abismal e imaginario. Pero no le es permitido escribir todo lo que quiere sino apenas lo que puede, y no puede escoger los temas, estos lo escogen y lo persiguen a él; tampoco podrá escribir nada nuevo porque no hay nada nuevo bajo el sol, todo se ha dicho ya y, por tanto, todo texto es un palimpsesto; los grandes temas están agotados desde la antigüedad, y el único tema que queda es el del drama cotidiano de
Por último, se sospecha que sólo existe un único escritor en el mundo, un solo espíritu creador universal, y que todos los demás no somos más que espejos, satélites, antenas repetidoras o muñecos de ventrílocuo de ese espíritu singular y babélico. Así que, le toca escribir por algún misterioso designio, ajeno a su voluntad. Y debe hacerlo en una lengua de difuntos, vulgar, vagabunda, regalada, prostituida y muy limitada, incapaz de expresar lo inaudito, lo desconocido, el misterio, el abismo, el alma, lo metafísico, etc., porque lo esencial, profundo, significativo y revelador es inefable. Está condenado a crear belleza, novedad, verdad, alegre sorpresa y conocimiento sustancial con los signos lingüísticos que usan hasta los retrasados mentales, y que sirven para los oficios domésticos y los fines más banales, ruines y perversos...
*San Vicente de Chucurí (1954). Poeta y narrador santandereano, Licenciado en Lingüistica y Literatura y especialista en Literatura y Semiótica. Su obra ha merecido varios premios nacionales e internacionales por su calidad estética.
(Lea más en el 4to. No. de la revista Rilttaura.)
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